El trabajo de Fernando Clemente (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1975) nos lleva a la pintura de manera directa, sin atajos ni justificaciones teóricas. Sus preocupaciones artísticas están relacionadas con la búsqueda constante dentro de un lenguaje vivo que en el siglo XXI se mueve entre el peso de la tradición y su incesante revisión.
Su obra procura no desviarse de las cuestiones sustanciales, evitando los prejuicios y explorando las posibilidades del medio desde la no figuración. Sus cuadros parten de la intuición, juegan con la ironía, se constituyen a partir de una mundología extensa y flexible que es porosa a las cosas que ocurren a su alrededor.
No existe en sus planteamientos un relato unívoco, más bien lo contrario: entiende que debe prevalecer el disfrute y la emoción en el descubrimiento, un saber dejarse llevar por un territorio abierto que debe asumirse como un campo de pruebas donde el error o la casualidad, tienen cabida.
Su trabajo es tremendamente humano, nada mecánico; prioriza el tratamiento del espacio y la construcción de una atmósfera, se rige por reglas interiores que trascienden lo compositivo para construir una musicalidad vibrante y cálida, más cercana a la seductora fonética de unos versos que a la racionalidad calculada de la geometría.
Lo demás, yo mismo pretende ser una reflexión sobre el modo en el que se construye la personalidad de un artista.
De manera inconsciente, sus piezas son el resultado de una interacción constante, un tipo de retroalimentación que las hace crecer sumando energías implícitas. Aquello que absorbe puede generarse tras una conversación o durante un intercambio de opiniones. Cualquier cosa de interés que ve en una exposición, un libro o por Instagram, también posibilita que salte algún resorte interior, nunca se sabe dónde se genera esa inquietud válida.
Al margen de intelectualizaciones, su trabajo apuesta por lo visual desde lo pictórico, la asunción de un medio donde el bagaje acumulado te permite observar, entender e interiorizar.
Sema D´Acosta